Las playas a veces son grises, aquí donde el mar se viste de sur.
Más verde que en ninguna parte y también más azul, el mar ruge de sal y de peces sobre mi caleta, donde el bosque también viene, de forma abrupta, a mezclarse con el acantilado.
Ahí donde la piedra se pierda y gobiernan las espumas de las olas, yo voy a pescar corvinas, congrios dorados y negros, reinetas, vieja, sierras, jureles, pejegallos y anchovetas. Brilla la plata sobre mi lancha, como las vestimentas ceremoniales, tierra adentro. Se mueve y remueven, de mil maneras, las aletas de los peces.
El cielo se abre y cierra mil veces. Vuelvo a la caleta a vender los resultados de la aventura, mientras, con su salto, se despiden las toninas en el fondo de la bahía.
Vuelvo a Nehuente, a la playa Monkul o a la caleta Quele. Da lo mismo. La alianza infinita del océano y la tierra, vuelve a sellarse en mi lancha amarilla. La fiesta continua.