Honra a la ruta del agua en La Araucanía, la que empieza en las altas nubes de la cordillera, luego pasa por vertientes, ríos, lagos, termas y pueblos y termina su viaje en la costa, para mezclarse con el mar.
Una gota infinita cae del cielo de Curacautín
apagando las brasas del Lonquimay.
Otra se transforma a la altura de Nahuelbuta,
pintando de blanco la zona andina y ancestral.
Luego en Malleco retorna a su origen líquido,
derritiéndose en Victoria, bajo los rayos del sol
y rodando por las faldas de la cordillera
le da agua a los parques de Purén y Angol.
Del glaciar del Llaima bajan las otras gotas
regando araucarias, helechos, coigües y robles,
y en el trayecto esculpen piedras y rocas,
y rocían los bosques, los valles y los viñedos nobles.
El ganado aprovecha de refrescarse,
pero tienen que estar pendientes
para esquivar musgos y líquenes
hasta llegar al riachuelo o la vertiente.
En las alturas del río Cautín
el agua es apenas un hilo
y en las laderas del volcán Tolhuaca
divide sus brazos y abraza al Conguillío.
En Lautaro se tiñe de rojo por la arcilla,
vistiéndose de gala pa la capital, Temuco,
donde el río encuentra su columna y brilla
fortaleciéndose, para hidratar a Freire y a Cunco.
La zona lacustre no queda sedienta.
Tampoco sus bosques nativos.
Gracias a los saltos y cascadas;
Villarrica, Curarrehue y Pucón son abastecidos.
Luego el agua baja desde Labranza,
fluyendo desde el Vilcún hasta Nueva Imperial,
y en el río Cholchol hace una pausa
para recibir todo su flujo torrencial.
Y bajo el puente colgante de Carahue,
alentado por el rugido de sus leones,
retoma el cauce y su nombre de origen
llevando agua a Toltén y sus alrededores.
En la costa se termina la ruta del agua,
meciendo los botes de Puerto Saavedra.
Los pescadores terminan la jornada
con las redes ancladas en las piedras.
Y se encomiendan a las estrellas,
lustrando sus botas en la orilla,
logrando un ciclo bueno para la tierra
y para los vecinos de toda La Araucanía.
A.I.